ENRIQUE HERRERAS
De la nueva etapa del gobierno de J. L. Rodríguez Zapatero, aparte de que, paradojas de la vida, los finlandeses y finlandesas nos tendrán envidia por el recién creado Ministerio de Igualdad -bueno, la igualdad es un asunto cultural y no sólo ministerial, pero bienvenido sea-, creo que habría que destacar la propuesta de que Jesús Caldera dirija una fundación a modo de un gran espacio de pensamiento permanente. Parece, como ha adelantado el propio Caldera, que se dedicará a analizar la realidad social y así dar respuestas a los problemas globales, como el cambio climático o la desigualdad. También ha señalado el ex ministro que este proyecto va en consonancia con los valores socialdemócratas del último programa electoral.
Y bien hace falta repensar el socialismo. Unido, claro, a radiografiar la realidad y los temas acuciantes, porque una cosa no quita la otra. O van unidas. Porque no es lo mismo analizar esos temas desde una perspectiva socialdemócrata, que, pongamos por caso, neoconservadora. Y, precisamente, una de las evidencias de los últimos años es que los conservadores, en contra de otras épocas, se han preocupado más por la reflexión que la izquierda en general. Ahí está, sin ir más lejos, la Fundación de Análisis y Estudios Sociales (FAES), que dirige el expresidente J. M. Aznar, y que se ha adelantado a esta iniciativa del PSOE.
Pero, como aquel que dice, nunca es tarde si la dicha es buena. Y esperemos que lo sea, porque la socialdemocracia, salvo la famosa Tercera Vía (Anthony Giddens) que propulsó a Tony Blair, va en estos momentos a contrapié. Un grave error, porque nunca hay que olvidar que la derecha es el estado natural. Innato. Por ello Gramsci planteó la necesidad de una cultura socialista. La realidad humana, decía, está arraigada, orgánica y dialécticamente, en el mundo y en la cultura. Precisamente, el problema fundamental de los países llamados de socialismo real fue que existía una formalidad socialista pero no una cultura. También los partidos de izquierdas de este lado del Telón de acero se han ido transformando más en meras maquinarias electorales y agencias de colocación que en trasmisores de ideas. O perdidos en aquel arte de la ilusión revolucionaria, reducido en demasiadas ocasiones a explicar las cosas como el escritor quisiera que fueran y no como realmente son. Mucha izquierda sigue dando más valor al poder político que al señalado progreso de una cultura. Pero el poder político es muy pobre si no se acompaña de una cultura que lo alimente, como bien se han dado cuenta en estas últimas décadas los pensadores de derecha.
Es necesario un renovado pensamiento de izquierdas para que se contraponga a la arenga cultural de la derecha moderna, la cual se está arraigando tanto en las clases altas como en las bajas. Incluso volver al debate económico, porque son los fundamentalistas quienes obvian este asunto para lanzarse a otros más emotivos.
La década de los 80 dio a luz la noción de neoconservadurismo. Nace en EE UU y se difunde posteriormente por Europa. Con este concepto me refiero a un complejo político-intelectual, un paradigma orientador de la acción práctica de las elites políticas. Más que una teoría, es una doctrina. Saben que el poder político es muy pobre si no se acompaña de una cultura que lo alimente. Por eso, el neoconservadurismo se fundamenta para implantarse en la hegemonía cultural. Se presenta como realista y responsable, lo que le inmuniza de toda discusión ideológica.
No hay que confundir el pragmatismo y posibilismo a la hora de las urnas, que debe haberlo, con la necesaria búsqueda ideas y soluciones de izquierdas que traten los grandes retos del mundo, como el derecho a la vida, como el hecho de que, hoy, millones de personas estén amenazados de muerte, por sida, tuberculosos o malaria. La izquierda es ante todo responsabilidad social y crítica constante. Pesada. Despierta. Lúcida. Racional. Solidaria.
(Levante-EMV/27.04.2008)