EL CASO FABRA COMO SINTOMA

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Acabo de hojear el periódico en el que con grandes titulares se anuncia la anulación de la apertura de juicio oral contra Carlos Fabra por numerosísimos delitos tipificados en el código penal y de los cuales está imputado. Además de producirse un retraso incomprensible en la vista de caso, se hace un daño terrible a la credibilidad y la confianza en la Justicia y en la igualdad de los ciudadanos ante la misma. Después de años de componendas procesales que han permitido a Carlos Fabra demostrar que con recursos económicos que sufraguen un habil despacho de abogados y la constatación de cómo han dado con sus huesos en la carcel personas que no se han podido defendes de manera efectiva por su inanición o contar el número de dramas familiares originados por el caracter expeditivo de los deshaucios por impago de hipotecas imposibles de atender por la falta de recursos y la rapidez con la que se ha aprestado el Gobierno de Mariano Rajoy para reformar el Código penal para reprimir con carcel y altas multas el derecho de manifestación pacífica; no se que se espera de los ciudadanos y ciudadanas que manifiestan cada vez con más contundencia su rechazo a la perversión del sistema democratico y un progresivo alejamiento de la política y de los políticos.

Los avatares del caso Fabra nos dan cuenta del profundo deterioro del sistema y del funcionamiento de las instituciones que, además, están soportando un rasurado al cero que, en la forma es obsceno y en el fondo solo pretende crear el descrédito de lo público en beneficio de la gestión privada como proveedora de píngües beneficios para los agraciados.

El retraso del caso Fabra no es una buena noticia para nadie, salvo para el interfecto, porque significa un paso más hacia la desesperanza y el pesimismo en unos momentos en los que el golpe contínuo del mazo de la crisis ya ha dibujado un rictus indeleble de tristeza en el rostro de la inmesa mayoria de las personas que cada día luchan para sostener su casa, su familia, su puesto de trabajo y su país.

Y seguro que, a pesar de sus achaques, hoy Don Carlos se fumará un puro. Habano, por supuesto.

Vicent Vercher Garrigós

SENSACIONES AMBIVALENTES ANTE EL PRECIPICIO.

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Reflexionando con los amigos sobre los acontecimientos que se anuncian al alba con los primeros noticiarios de la mañana y se materializan en días o en horas, sin atender a la valoración previa de las repercusiones que tienen esas decisiones políticas o económicas sobre los ciudadanos, nos invade una común perplejidad sobre la naturaleza perversa y acumulativa de las mismas en el incremento de la precariedad económica de las personas, de las familias y del empleo y cuyos exponentes se nos manifiestan en la realidad misma, en la que se difunde en los medios de comunicación y en la que se comparte en las redes sociales sin que la situación merezca mas que unas movilizaciones sectoriales -que se nos antojan excesivamente formales e inocuas para el sistema- y unas actuaciones estereotipadas de los partidos políticos parlamentarios que pretenden desmontar los hechos perversos consumados, con comunicados, ruedas de prensa o afortunadas intervenciones parlamentarias. Demasiado argumento para tan poca novela, que diría el clásico.

Y compartimos unas sensaciones ambivalentes cuando consideramos necesarias las movilizaciones, las denuncias de los partidos en los medios o la misma acción parlamentaria pero percibimos que de todo ello no queda el suficiente común denominador de ciudadanía compacta, el suficiente músculo político y social que permita vislumbrar la fuerza capaz de modificar el curso del actual estado de cosas que presiden las medidas socialmente criminales que nos están llevando directamente al precipicio individual, familiar y social en un ambiente formalmente opuesto, pero realmente resignado a lo inevitable. No tenemos suficientes instrumentos de análisis sociológico para deducir el motivo real de la inanición social ante tanto desatino, conscientes como somos que se está abriendo una brecha en la sociedad española de consecuencias imprevisibles en el inmediato futuro.

Hoy es domingo y mientras en el apacible pueblo en el que vivo hemos superado la barrera del 30% de desempleo real y se centrifugan las esperanzas de decenas de jóvenes que solo ven en el extranjero alguna posibilidad de ejercer la carrera que han podido estudiar con las becas del Estado y el esfuerzo de sus padres y las de aquellos que habían hecho planes para formar un hogar en una casa que han dejado para volver a vivir con sus padres, con la hipoteca a cuestas, los niños desfilan contentos acompañados de la música para entrar a la parroquia a tomar la primera comunión, un sacramento gratuito que hundirá un poco más la maltrecha economía familiar por el cumplimiento de no se cuantas convenciones sociales.

Mientras esto ocurre, un amigo me llama por teléfono para decirme que el lunes comienza sus vacaciones que empalmará con el paro como antesala de una jubilación de la que no sabe que cobrará al mes cuando la cobre; cuando llego a casa a comer con la familia y abro mi ordenador para ver quien me escribe, me encuentro con un correo de una joven compañera del textil que me pregunta qué puede hacer mañana en la reunión a la que le han convocado para comunicarles que su empresa entra en concurso de acreedores. Contesto el correo y pienso que menos mal que hoy es domingo; mañana será otro día más, con recortes y sin respuestas.

Y me viene a la cabeza lo que me decía hace unos días mi buen amigo Andreu rememorando las letras de Siniestro Total, «ante todo mucha calma y capear el temporal» a la espera de la tormenta perfecta.

Vicent Vercher Garrigós