Aude Lancelin
Con el caso Sarkozy, la actividad del especialista es inagotable. El candidato de la UMP parece una bomba “edipiana” que algunos casi estarían dispuestos a pagar para extenderlo en su diván. Un padre-rival deshonrado durante mucho tiempo. Una febrilidad manifiesta que ha hecho de la seguridad de los franceses su “gimmick” (truco publicitario). Una obsesión por la fractura, hasta el punto de que dirá que sacrificó su vida durante la de sus padres. Incluso existe la somatización, con sus proverbiales migrañas. “Es el signo de conflictos inconscientes no verbalizados», recuerdan Ali Magoudi y Anne Débarède, coautores de “Cómo elegir su presidente”. No le demos más vueltas. Está claro que para la mayor parte de los psicoanalistas, Nicolas Sarkozy es la llave de la caja de los truenos.
En el otoño de 2006, cuando todavía era ministro del Interior, confesaba no haber oído nunca nada tan absurdo como la exhortación socrática “conócete a ti mismo”. Algo que el pequeño Nicolás aprendió muy pronto fue que él sería candidato a la presidencia, como otros nacen pedófilos, o suicidas, o sisadores compulsivos.
“No ha cambiado, se ha convertido en lo que ya era”. Habla Catherine Nay, y no se sospechará que la biógrafa oficial de Nicolas Sarkozy sea severa. “Fue un niño melancólico, travieso, insatisfecho, que quería ser una lumbrera y nada le atemorizaba”. Al principio, la marcha del padre, play-boy veleta que se hará famoso en los pubs, y la humillación social que genera un divorcio en la burguesía de los años 1960. “Mi raíz es mi madre”. El impaciente militante gaullista será, de hecho, abogado, “como mamá”, y vivirá en casa de ella hasta ser elegido para dirigir el Ayuntamiento de Neuilly, a los 28 años, momento en que pronuncia la famosa agudeza sarkozyana llamada a entrar en la Larousse de la historia: “Me he burlado de todos”. “Un poco como Rose Kennedy, la madre de los Sarkozy ha hecho de sus hijos su falo…”, comenta flemáticamente el psicoanalista Jean-Claude Liaudet, autor de “Complejo de Ubu”.
“Sarkozy realiza la voluntad de poder de su madre. De ahí su incorporación al universo de la perversión”. Por supuesto, en el sentido analítico del “bebé todopoderoso” que quiere que su deseo sea ley. De ahí la parte proteiforme de su discurso, capaz de pasar de la defensa de la alfombra para rezar de la Unión de las Organizaciones Islámicas de Francia (OUIF) a un republicanismo inflamado. O del acoso conjurado de “los que no pagan su billete” a un elogio sorprendente de la transgresión cuando debate con Michel Onfray para Philosophie Magazine. “Como el “perverso” no se ha comprometido jamás afectivamente con el prójimo, le sirve exactamente el plato que espera. Con una capacidad total”, advierte Liaudet.
El juicio del prójimo
De aquí también su “fantasma de ubicuidad”, añade su colega Jean-Pierre Winter. “De Gaulle era un hombre de convicción. Sarkozy es un hombre que quiere convencer; es decir, que busca constantemente el juicio del prójimo, y eso no tiene ninguna semejanza”. El espectro del “traidor ontológico” resurge entonces: el Brutus que conseguirá evaporar a Pasqua, patrón de las redes corsas y fundador del Servicio de Acción Cívica (SAC), u optará por el gran funcionario desdeñoso Édouard Balladur contra su mentor Chirac, en 1995.
“Un ser capaz de todas las traiciones es forzosamente heroico respecto del inconsciente”, asegura Jean-Pierre Winter. “De ahí la seducción irreflexiva que ejerce Sarkozy”. Esta “muerte del padre”, que le supondrá siete años de destierro por el clan Chirac, Sarkozy, además, la minimiza. “Como no le he considerado nunca mi padre, no le he tratado como uno hace habitualmente con su padre”, declaraba Sarkozy poco después de la tibia adhesión a la candidatura de quien había comparado sugerentemente con el rey decapitado Luis XVI, el 14 de julio de 2005.
Es una frase que hace casi estremecerse de satisfacción a Ali Magoudi. “Como uno trata habitualmente a su padre… ¿No es hermoso? Sin embargo, hace cinco años que el parricidio es su proyecto político”. Lo que más sorprende a los psicoanalistas es, sin embargo, “la identificación de Sarkozy con lo que combate”. Él, el hijo no querido de un Pál Sarközy pasado por la Legión Extranjera e inventor de la publicidad del detergente Bonux, manifiesta en efecto una voluntad más bien sospechosa de lavar el cuerpo social de sus impurezas, y una relación con la “identidad nacional” por lo menos puntillosa. De ahí a pensar que el Ministerio del Interior sea el único lugar donde él se siente seguro, no hay más que un paso, según Magoudi. Sarkozy lo franqueará, además, a su vuelta a la Place Beauvau en 2005. “Con frecuencia, me he sentido ilegítimo por razones que no me explico, pero que están unidas a mi historia”, declaró recientemente. No hay mejor forma de evitar la expulsión fantasmática y de restaurar “ad aeternam” una percepción de sí mismo rebelde, que investirse en el santuario elíseo.
“Exseguidor de Mao y yo mismo descendiente de inmigrantes polacos”, se divierte Jacques-Alain Miller, pilar del psicoanálisis francés, “comprendo bastante bien al personaje”. “Naturalmente, hay en Sarkozy una especie de “culto de la energía” stendhaliano, por decirlo a la manera de Barrès… Pero hay, sobre todo, un estilo “can do”, un activismo no totalmente francés”. Sus repetidos llamamientos a “romper los tabúes” tampoco habrían escapado al yerno de Lacan. Su borla en el tema, a los ojos de los sondeadores del inconsciente, reside indudablemente en el matrimonio por las intensas atenciones de su futura esposa Cecilia con otro, en agosto de 1984, en el Ayuntamiento de Neuilly. “El sacramento laico y su negación en un mismo gesto… Hay algo en él de Vidocq, bandido y jefe de la Seguridad”, se aventura uno de ellos.
“Su aparente proximidad a la muerte, su postura constantemente “ordálica”… Esto es lo que, inconscientemente, atemoriza a las personas de su entorno”, sugiere Anne Débarède. “Que ello ocurra a través del episodio Human Bomb cuando la toma de rehenes de Neuilly o a través de su cara a cara voluntario con los camorristas, hay en él una especie de coqueteo permanente con la muerte violenta”. Es un deseo ansiogénico para el elector, y que debería, lógicamente, interceptar a Nicolas Sarkozy este acceso al Elíseo al que todo parece conducirle.
Aude Lancelin.
Publicado en la revista “Le Nouvel Observateur” del 19-25 de abril de 2007.
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