UNA REFLEXIÓN PERTINENTE.

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El pasado cuatro de julio se cumplieron diez años desde que el PP ocupó la alcaldía de L’Alcúdia de Crespins al haber obtenido seis de los once concejales en las elecciones municipales celebradas en mayo de 1999. Diez años transcurridos que me llevan a una reflexión que entiendo pertinente por mi parte y que debería serlo también para los dirigentes del PSOE local, partido en el que milito desde 1975.

 

Diez años transcurridos, bien merecen una reflexión en voz alta por parte de quien durante el doble de tiempo, es decir durante veinte años, dirigió un gobierno municipal socialista con mayoría absoluta constante y compartió responsabilidades institucionales en otros niveles políticos, con otros dirigentes locales que proyectaron esta agrupación local con fuerza y prestigio en la comarca de La costera y en el conjunto de organización socialista.

 

Algunos medios digitales a los que tengo todo el respeto que se merece la libertad de opinión, han comparado en las últimas semanas aquellos tiempos con los que hoy atraviesa la vida orgánica del socialismo local y la realidad institucional de nuestro ayuntamiento. Al respecto quiero puntualizar como punto de referencia rigurosamente histórica que, en mi caso, ninguna otra cosa me apartó de la vida política local sino unas elecciones primarias, a mi juicio extemporáneas e irreflexivas, que convino celebrar la agrupación socialista y que acepté de acuerdo con el sentir mayoritario de mis compañeros mas cercanos, de manera que no se alterara por la vía disciplinaria un proceso preparado ex profeso para un cambio de ciclo y de personas que venia precedido por un acoso político de baja estopa que había trascendido el ámbito estrictamente político para afectar a los ámbitos personales y familiares de unas cuantas personas que formaban mi entorno más inmediato. Esa es la realidad documentada y no otra distinta que ya forma parte de las leyendas urbanas de la época que todavía permanecen en el imaginario orgánico sin saber muy bien por qué ni con que finalidad. Lo cierto es que lo que se preparó, salió y otras personas asumieron retos y responsabilidades adquiridas de manera voluntaria y democrática.

 

Desde entonces, lo cierto y verdadero es que los socialistas estamos ayunos de responsabilidades institucionales si exceptuamos los pocos meses que tuvimos la responsabilidad de gobierno como consecuencia de una moción de censura. El hecho constatable es que en los últimos diez años no hemos conseguido alcanzar el poder municipal por nosotros mismos y la segunda aseveración histórica es que aquel foro de debate democrático que era la asamblea local que, equivocada o no, decidió cambiar de referentes políticos y orgánicos con las consecuencias y las consecuencias que hemos descrito, ha pasado a mejor vida en aras de un tacticismo que nos ha llevado a romper los puentes del dialogo y a un debilitamiento ideológico y estratégico que nos hace depender irremisiblemente de terceros partidos minoritarios que, conscientes de nuestra debilidad, establecen su estrategia legítima  dentro de un marco que es fruto de la lógica política del desgaste socialista como una de los factores para su crecimiento electoral. Si sumamos a este factor, el que ellos añaden de una experiencia de gobierno negativa y, como corolario, el que hayamos dinamitado los puentes y destrozado los contactos que permitían un mínimo entendimiento para poder formar un gobierno sólido en beneficio de la comunidad local, tenemos la situación actual perfectamente enmarcada. De lo que podemos deducir que, no es mucha clarividencia la que se deduce de nuestras actuaciones políticas ni de nuestras numantinas posiciones orgánicas.

 

Antes pronto que tarde, se impone la templanza, el sosiego y la reflexión política si queremos volver al camino abandonado de manera extraña hace poco más de diez años que nos permita poder volver a dirigir los destinos municipales con un gobierno potente y con una base política y social bien articulada.

 

Porque hay unas cuantas preguntas obligadas que han de servir de base a esa reflexión precisa y pertinente: ¿Qué beneficios políticos han devenido de aquella decisión mayoritaria de prescindir de las personas que venían encadenando cinco mayorías absolutas en el ayuntamiento?; ¿Cuáles han sido las consecuencias políticas objetivamente mensurables?. ¿Qué queda de aquella mayoría coyuntural que impulsó las elecciones primarias, las ganó y que primero perdió las elecciones y después  saltó por los aires en solo unos meses de gobierno municipal compartido e interino?; ¿Qué ha ganado el PSOE con todo esta sinrazón histórica?. Si nos damos una respuesta honesta a todas estas cuestiones podremos alcanzar ese punto de objetividad, alejada de los sectarismos y las consignas, que es absolutamente necesario para una reflexión que ha de ser obligada, rigurosa, generosa y profunda para que después se puedan materializar políticas y estrategias concretas que reconduzcan el papel del PSOE en la política local y nos hagan merecedores de la complicidad y la confianza de nuestros vecinos.

 

Solo el tiempo transcurrido y, con él, los acontecimientos negativos  vividos hasta este instante deberían ser un motivo suficiente para iniciar un proceso serio de análisis y reflexión política. Después, el trabajo, la generosidad  y las ideas compartidas desde el dialogo y el consenso pueden alumbrar un nuevo tiempo para el socialismo local; si no lo hacemos así continuaremos por mucho tiempo en la inanición política y la oposición institucional. Esa es la verdad y todos sabemos cual es el único camino; otra cosa es si todos estamos dispuestos a recorrerlo desde la sensatez, la libertad, el respeto y la igualdad.

 

Vicent Vercher Garrigós

A las puertas del nuevo congreso del PSPV.

TRIBUNA: EMÈRIT BONO Y RAMON LAPIEDRA

A finales de este mes de septiembre tendrá lugar en Valencia el congreso del PSPV. Sin voluntad alguna de entrometernos en nada, queremos aprovechar la ocasión para reflexionar en general sobre el escenario político en que tendrá lugar la convocatoria y sobre el tipo de acción de un partido de izquierdas que pretenda cambiar dicho escenario político valenciano en un sentido progresista.

La noticia en otros webs

Nada exime a un partido de izquierdas de elaborar una línea que recoja los deseos de los ciudadanos

Tenemos la derecha del PP que se perpetúa en el gobierno de la Generalitat valenciana, de las tres Diputaciones y de la mayoría de los grandes Ayuntamientos. A lo largo de sucesivas convocatorias electorales, dicho partido mantiene o acrecienta abultadas mayorías electorales, sin que la laminación aplicada a servicios públicos esenciales, el despilfarro económico practicado, el talante antidemocrático exhibido en la gestión de la información pública, el desprecio por la lengua propia, o su implicación en la devastación del territorio de los últimos años, conduzcan a una clara erosión de sus resultados electorales.

En estas condiciones es normal que los partidos de izquierda del País Valenciano se interroguen sobre las claves de semejante éxito electoral, sobre los posibles errores propios cometidos y sobre los cambios que deberían protagonizar a fin de dar el vuelco a una situación política tan frustrante como negativa desde una perspectiva de izquierdas. Apremiados por la necesidad de no reeditar nuevos fracasos en futuras contiendas electorales, en sus filas se multiplican las recetas, los análisis más o menos apresurados y los nombres que, conjuntamente, nos permitirían vislumbrar la ansiada luz del túnel. Es ésta una coyuntura propicia a naufragar, con la mejor voluntad del mundo, en el consabido «dar palos de ciego», allá donde procede evaluar con realismo el posible tempo propio de la ola social de conservadurismo que se ha apropiado del país, aplicar análisis serenos y documentados, superar cualquier sectarismo y no renunciar precipitadamente a símbolos y principios democráticos y de solidaridad difícilmente prescindibles desde una perspectiva de izquierdas y de país.

Acabamos de hablar de principios: un partido con voluntad de cambio social en un sentido democrático y solidario no puede limitarse a tomar nota de lo que la mayoría de la gente pueda creer o desear en un momento dado, con sus vaivenes, sin duda, explicables. Sin ignorar todo ello, y siendo la política la gestión del conflicto social inevitable, ese partido ha de optar por los intereses de la mayoría de la población presente y futura, lo que significa que debe tener su propio programa de transformación y gestión sociales. Un programa que, partiendo de lo que hay y de las tendencias profundas de cambio que se constatan o se avecinan, renuncia a practicar el mero seguidismo a lo que dicta la última encuesta y se esfuerza por explicar y aplicar su programa de actuación a fin de no acabar, de la mano de dicho seguidismo, allá donde nadie, ni la sociedad, ni el partido, ni los propios encuestados, tenía previsto acudir. Renunciar a actuar a medio y largo plazo desde un partido político es en el mejor de los casos superfluo y en el peor, catastrófico.

La capacidad de liderazgo político que aquí se reivindica siempre ha formado parte del acerbo de cualquier partido político a la altura de las responsabilidades de su tiempo, pero hoy, con la globalidad, rapidez e intensidad, de los cambios físicos y sociales que protagoniza la humanidad, desatender esa necesidad de trascender lo más inmediato en política (una trascendencia que no deja de incorporar esa inmediatez como dato para un proyecto de futuro), es una dimisión política cargada de posibles consecuencias onerosas para la sociedad toda.

Porque, continuando con el mismo tema en otra dirección, ¿qué sentido tendría hoy que un partido de izquierdas, en el País Valenciano, intentara emular la falta de complejos del PP en su política territorial, urbanística y ambiental, con la vana esperanza de sustraer a ese PP los votos que pueda estar recibiendo por ello? Dejando de lado por un momento los principios, ¿quién asegura que se ganarían así más votos de los que se perderían en sentido contrario, a cargo de ciudadanos escandalizados que podrían bien quedarse en casa el día de autos o transferir su voto a otro destinatario? Imaginemos que un número apreciable de votos haya recaído últimamente en el PP valenciano de la mano de ciudadanos que, aun intuyendo de alguna manera que ese tipo de política territorial es totalmente insostenible, económica y ambientalmente, deciden apostar por esa vía, asumiendo si cabe aquello de después, el diluvio. Puestos a gestionar ese tipo de política de cara al futuro, ¿qué mejor garante que un partido, el PP, que ha acumulado tantos méritos en la senda de no retroceder delante de la ley y la desmesura en la cuestión, frente a unos advenedizos en esas lides, cuyos orígenes no pueden garantizar la falta de escrúpulos que cabe exigir en estos casos?

Esperpentos aparte, si un partido político cree realmente que una determinada política es económica, social y ambientalmente insostenible, nada le exime de explicar una y otra vez al ciudadano la cuestión en los términos más claros y didácticos posibles, exponiendo al mismo tiempo las propuestas alternativas con las que se pretende conjugar la sostenibilidad con el deseo atendible de acrecentar o mantener la calidad de vida. La interiorización de ese mensaje honesto por los propios miembros del partido, cargos públicos y militantes de base, y la consiguiente implicación de los mismos en la plasmación del correspondiente mensaje político, es seguramente una de las bazas para su posible materialización política. Como lo será igualmente el carácter del mismo: el de un mensaje que ha de ser didáctico en sus variados registros y persistente, que no renuncia a aplicar las técnicas de la moderna comunicación de masas, que será seguramente gradual en su calendario de aplicación, pero que nunca se reducirá al mero marketing, ni dejará nunca de orientarse por sus objetivos estratégicos.

En definitiva, nada exime a un partido de izquierdas de elaborar una línea política y un programa que pretendan recoger los deseos de los ciudadanos desde una perspectiva atenta a las lecciones del pasado, basada en la certeza del cambio global en que estamos inmersos, armada de análisis certeros y con la finalidad última de construir una sociedad más libre y más acogedora para todos.

Emèrit Bono y Ramon Lapiedra son catedrádicos de Política Económica y de Física, respectivamente, de la Universitat de València.

Un fracaso inteligente vale más que un éxito mediocre. A propósito de Juan Carlos Rodriguez Ibarra.

«Podemos distinguir, decía Marx, al ser humano de los animales por la conciencia o por lo que se quiera. Pero el ser humano se diferencia de los animales a partir del momento en que comienza a producir sus medios de vida. Al producir sus medios de vida, la persona produce indirectamente su propia vida material. El modo en que las personas producen sus medios de vida es, ante todo, un determinado modo de manifestar su vida; y tal como los individuos manifiestan su vida, así son.» Citado en el Blog Pasión por la dialéctica.

jueves 22 de mayo de 2008

Un fracaso inteligente vale más que un éxito mediocre

 

En la imposición de la Medalla de Extremadura por Guillermo Fernández Vara a Juan Carlos Rodríguez Ibarra este dijo una frase antológica, es la frase con la que titulo este artículo «Un fracaso inteligente vale más que un éxito mediocre».

Juan Carlos nos indicó hacia donde apuntan sus intuiciones, animó a los extremeños a aprovechar la sociedad actual en la que «se trata de innovar y de atreverse», frente a la sociedad anterior en la que «nunca pudimos».

Acertado también estuvo Guillermo destacando a Juan Carlos por ser una «referencia» incluso para los que no le han votado y la «voz» de Extremadura en «tiempos difíciles».

En las frases citadas está resumido el éxito de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, en esas frases está resumida cual debe de ser esa conducta colectiva que Extremadura debe desarrollar si quiere liderar procesos, si quiere ponerse al frente de las demandas que estos nuevos tiempos demandan de nosotros.

Hay que atreverse a dejar de lado los éxitos mediocres, hay que valorar como más relevantes en esta nueva época que nos toca vivir los fracasos inteligentes. Ahora de lo que se trata es de innovar y de atreverse, pues ahora podemos. Además, debemos de ser la voz colectiva de esa Extremadura que aspira a ser referente en el mundo; una Extremadura sin complejos.

Por Javier Caso Iglesias. Plasencia (Cáceres)

 

 

 

La crisis de la izquierda o la clarividéncia caustica de Vazquez Montalbán.

La crisis de la izquierda

MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN

EL PAÍS, 6 / 5 / 1984.


La historia les hizo así. Los partidos socialistas y los comunistas actualmente existentes son estructuras políticas con una lógica interna interrelacionada con la historia que han vivido y que han hecho. Ambos devienen de una toma de conciencia decimonónica sobre el sentido de la historia y del progreso humano, cuyo mejor codificador fue el socialismo científico y, en primer plano del mismo, Marx y Engels. La acción teórica y práctica del marxismo a través de sus organizaciones políticas y sociales ha contribuido a modificar las condiciones objetivas y subjetivas que hicieron posible el pensamiento original de Marx y Engels tal como se dio. La acción del marxismo también ha modificado al antagonista, ha debilitado su prepotencia, pero al mismo tiempo le ha obligado a adecuar instrumentos de ataque y defensa de nuevo tipo. Marx y Engels diagnosticaron certeramente la razón de la historia y las condiciones totales de su tiempo. Pedirles que además acertaran en la respuesta que iba a recibir el marxismo y en las intermodificaciones consiguientes sólo se puede hacer desde la ignorancia, la beatería o la mala fe.
    Las formaciones políticas herederas de la conciencia de lucha de clases fraguada a partir de la revolución industrial disponen de un metabolismo históricamente conformado en la dialéctica constante entre sus deseos y la realidad. Han interiorizado un conocimiento de la realidad y han exteriorizado un comportamiento histórico para modificarla positivamente, valiéndose de distintos mecanismos de adaptación a las circunstancias cambiantes. Aprehender realidad. Ésta es la clave de la cuestión. Naturalmente, a partir de un conocimiento científico de los mecanismos de la realidad, sea cual sea el énfasis que se ponga sobre tres fases interrelacionadas de una misma situación concreta: las claves económicas, las posibilidades políticas, la energía transformadora de la conducta social. Si se mantiene esta tensión dialéctica entre lo que se sabe, se asume y se hace, los partidos políticos progresivos están en condiciones de forzar los ritmos de la historia. Si se rompe esta tensión dialéctica, los partidos políticos tienden a instalarse en lo que ya saben y a convertirse en factores objetivos de retención de ritmo histórico, cuando no en instituciones fácilmente manipulables por los partidarios de convertir el filme en una foto fija.
    Los partidos políticos son sujetos colectivos pensantes, capaces de adquirir un saber, una conciencia y de actuar en consecuencia. Los de derecha tienden a convertir lo que ya saben en categorías de conocimiento universal eterno inmodificable, a lo sumo con capacidad mimética de adaptación a transformaciones superficiales. Pero la razón de ser de la izquierda radica precisamente en su papel de energía de cambio para bien, es decir, para mejorar cuantitativa y cualitativamente la condición humana contra toda alienación superable, contra toda alienación que tenga una razón de ser social.

Este sujeto colectivo pensante, este intelectual orgánico colectivo llamado partido, sea socialista o comunista, decide unos mecanismos de aprehensión de la realidad, metaboliza los datos recibidos y actúa. La bondad del procedimiento ha sido incluso cantada por los poetas: «Tú tienes dos ojos, pero el partido tiene mil», escribe Bertolt Brecht en el inicio de su Oda al partido. En sus etapas de vanguardia de la conciencia crítica, socialismo y comunismo fomentan un aumento cuantitativo del saber de sus militantes y disciplinas internas de debate que acercan, dentro de lo que cabe, a esa elaboración colectiva de consciencia. Creo que es posible incluso delimitar el momento del tiempo histórico en que, ya separados comunistas y socialistas, atrofian sus mecanismos de aprehensión de la realidad a partir de servidumbres no sólo diferenciadas, sino incluso enfrentadas entre sí cruelmente. La lucha entre espartaquistas y socialdemócratas al acabar la primera guerra mundial o las batallas, no siempre meramente dialécticas, entre la II y la III Internacional, inmediatamente antes e inmediatamente después de la segunda guerra mundial, bloquean la capacidad de aprehensión critica de la realidad, en un doble sentido de la palabra bloquear: paralizan mecánicamente y alinean según el punto de referencia de dos bloques internacionales. Socialistas y comunistas aprenden, piensan y actúan en función de tomas de posición en una de las dos trincheras y tienden a convertirse en factores de parálisis histórica, de instalación en el empate histórico. El grado de agudización de la guerra fría, marca el grado de cerrazón o apertura en el bloqueo, y resulta de un primitivismo marxista ruborizante llegar a concebir la sospecha de que el deshielo dogmático de los años sesenta se debió al boom económico neocapitalista, que hizo a los unos menos hostigantes y a los otros menos recelosos.
    Lo cierto es que de ese largo período de guerra de trinchera los partidos comunistas y socialistas salieron seriamente afectados como sujetos conscientes. Los partidos socialistas reducían el intelectual orgánico colectivo a congresos fantasmales donde se imponían los hechos consumados, el saber digerido por el aparato profesional que esgrimía la lógica de lo pragmático. Y los partidos comunistas se dividían internamente en dos entes, sólo unidos por la cultura de las disciplinas y el seguidismo: el partido programador y el partido máquina, reducido casi siempre el partido programador a la prepotencia de los poderes fácticos internos, encabezados por los secretarios generales y los dirigentes creados a partir de las costillas de los secretarios generales. Los colectivos militantes se convertían paulatinamente en idiotas orgánicos colectivos informados a través de filtros cenitales. Sólo así se explica que los partidos comunistas occidentales tardaran más de veinte años en enterarse de que el asalto al palacio de Invierno era ya imposible y que algunos partidos socialistas del mismo hemisferio aún no sepan que actúan como agentes objetivos al servicio de la supervivencia del sistema capitalista.

El desencanto o la disidencia, cuando no la apostasía, jalonan de espíritus sensibles las cunetas de un largo camino que va desde 1945 hasta el infinito, y en el interior de los partidos de izquierdas se ha instalado una conciencia de administración de lo que ya se es y de lo que aún se tiene, es decir, de un patrimonio social que sólo sale al exterior los días de procesión electoral y en algunas otras fiestas de guardar. A los partidos socialistas aún les queda el morbo histórico de un bandazo electoral que les permita relevar a la derecha, más por una fluctuación del gusto colectivo que por una clara diferenciación de programas de gobierno. Pero a los partidos comunistas de Occidente, salvo el italiano, que tiene un patrimonio difícilmente dilapidable, sólo parece preocuparles la búsqueda de un espacio electoral que les haga necesarios históricamente y que les ayude a mantener un aparato burocrático.
    La sociedad civil asiste a este espectáculo cada vez más distanciada y a lo sumo convocada para elegir entre males menores, pero desde una sospecha, más o menos lúcida, de que el saber de la izquierda no se renueva y sus mecanismos de creación de conciencia colectiva y de movilización de energía de cambio están atrofiados. Prueba de ello es que los partidos de izquierdas no sólo tienen rotos los mecanismos de comunicación con la inteligencia no partidaria, sino que no han sabido localizar la aparición de nuevas formaciones de conciencia crítica como respuesta a injusticias objetivas que los partidos de izquierda o ignoraban o tenían olvidadas, o embalsamadas de retórica. Pongamos como ejemplos el ecologismo, el pacifismo o la liberación sexual, que hasta ahora tanto los partidos socialistas como los comunistas, en cuanto aparatos, sólo han sabido ignorar o manipular, más según razones electorales que de consciencia revolucionaria. Para muestra, el comportamiento de la socialdemocracia alemana occidental, que es promisil o antimisil según esté en el Gobierno o fuera del Gobierno, o de los partidos comunistas que son anticentrales nucleares… occidentales. Igualmente son incapaces los partidos de izquierda de dar una alternativa a la conciencia abstemia que impregna la disposición política de mayoritarios sectores de la sociedad, imbuidos de que sobreviven en un mundo de efectos sin causas, en el que la mejor elección es la del mal menor.
    Sería gratuito denunciar esta radical impotencia histórica desde una complacencia masoquista o como coartada de disidencia. La parte más lúcida, menos alienada, de la izquierda tiene la obligación de proponer el desbloqueo del intelectual orgánico colectivo, desbloqueo que previamente requiere una revisión de la razón de ser de partidos transformadores, reducidos a la función de porteros de trinchera o de instituciones contribuyentes al esplendor del supermercado de las ideologías desideologizadas. Casi 200 años de cinismo burgués enriquecen la finura de la distorsión practicada por la argumentación de la nueva derecha, que llega a reprochar a la izquierda tradicional su inutilidad revolucionaria. Pero no porque la crisis de ia izquierda sea un argumento de la vieja o nueva derecha deja de ser real. Esa crisis existe y activa la falta de capacidad de respuesta social a la situación de desesperanza que caracteriza a la sociedad civil de Occidente, una sociedad que ni siquiera tiene el proyecto de hacer algo para sobrevivir, que se limita a asumir cotidianamente que la han dejado sobrevivir.

La ofensiva ideológica de la nueva derecha empezó poniendo contra las cuerdas al marxismo como método de diagnóstico, y a los partidos marxistas, como instrumentos para la transformación positiva de la realidad. A continuación se puso en revisión la posibilidad de que la historia tuviera un sentido progresivo y que ese sentido pudiera ser activado. Finalmente, la ofensiva apunta al descrédito mismo del saber histórico, de la historia, porque así queda sin sanción el comportamiento de la reacción objetiva y se elude la gran cuestión: la necesidad de cambiar la idea de progreso acuñada por la conciencia burguesa, arruinada por el grado cero de desarrollo y la imposibilidad de mantener los niveles de acumulación capitalista. A la defensiva, con miedo a perder votos, a desestabilizar el statu quo de los bloques o a excitar el fantasma del fascismo, los partidos de izquierda tradicionales han dado la callada por respuesta, asumen un strip-tease teórico que más parece el lanzamiento de lastre desde un globo que pierde altura, y en lo fundameatal renuncian a renovar su conocimiento social, porque tal vez se pondría en cuestión su propia función. Y en cuanto a los intelectuales de izquierda no órgánicos, no militantes, o bien están en plena espiación por sus alienaciones pasadas o bien temen pasar al museo antropológico de la premodernidad, juntos y revueltos con el Manual de Economía de la Academia de Ciencias de la URSS, el santo prepucio de Kautsky, el tampax y el traje de baño incorrupto de Mao Zedong.
    Los malestares de la conciencia universal fin de milenio son malestares sociales derivados de una determinada organización de la producción y de la vida, y, por tanto, sigue siendo necesario un cambio radical de estructuras, sin que pueda separarse el plano nacional del internacional. El marco dialéctico de fondo sigue siendo la relación de dominación entre capital y trabajo, entre centros colonizadores y periferias colonizadas. Es decir, el marco sigue siendo, en lo fundamental, el que supo plasmar el socialismo cíentífico, al que hay que añadir más de 100 años de agudización y metamorfosis de las contradicciones. Pero es cierto que la radicalidad de estas contradicciones se manifiesta sobre todo en la periferia, y el escepticismo desganado del habitante de una provincia céntrica del imperio es consecuencia de su propia pérdida relativa de protagonismo. El tema de la crisis de la izquierda entretiene como una chuchería del espíritu que sólo tiene sentido en los escasos rincones del mundo (París, Londres, Malasaña, Olot) donde la izquierda ha podido permitirse el lujo de anquilosarse. Pero, incluso en esos rincones privilegiados, la izquierda sigue teniendo función cuando, por encima de razones de coyuntura, está en condiciones de elegir entre sandinistas y anti-sandinistas, entre burocracia soviética y aquellos disidentes que apuestan por las libertades como instrumentos para cambiar la vida y la historia, entre nuclearización y desnuclearización, entre política de bloques y desarme universal generalizado, sin olvidar tomas de partido tan elementales como elegir el sentido de austeridad que trata de imponer la patronal o el sentido que pueden asumir las clases populares a cambio de estimular el proceso de transformación.

Pero difícilmente la izquierda puede quejarse de la ofensiva de la nueva derecha y de la grave neutralidad apolítica de la juventud o de las masas cuando no ha sabido ni siquiera espabilar al intelectual orgánico colectivo que tenía más cercano y ha tolerado, por vía activa o pasiva, que se convierta en un idiota orgánico colectivo, idiota perfecto, porque ni siquiera sabe que lo es. Al margen de este querer o no querer, poder o no poder, la historia sigue y los aburridos provincianos o capitalinos del imperio pueden ver a través de la televisión, privada o pública, en blanco y negro o en color, cómo en la periferia la nueva derecha es otra cosa e inscribe 30.000 desaparecidos en el necesario debe de la democracia. Y sin ir tan lejos, los desganados occidentales pueden comprobar cómo los bobbies pierden la compostura cuando los pacifistas se oponen a que la nueva derecha convierta su peso en misiles atómicos y cómo los sofisticados ejecutivos de multinacionales, irónicos y sutiles perdonahistorias, puestos a elegir entre beneficios y contaminación, eligen contaminación.
    Al fin y al cabo, la izquierda nació históricamente para ganar la batalla del progreso, y si la izquierda realmente existente no sirve, las necesidades humanas la sustituirán por otra. Incluso pueden cambiarle el nombre. Pero me parece que no se trata de una simple cuestión nominal.

(Recogido por Vicent Vecher de www.vespito.net)

 

Pensar el socialismo.

ENRIQUE HERRERAS

De la nueva etapa del gobierno de J. L. Rodríguez Zapatero, aparte de que, paradojas de la vida, los finlandeses y finlandesas nos tendrán envidia por el recién creado Ministerio de Igualdad -bueno, la igualdad es un asunto cultural y no sólo ministerial, pero bienvenido sea-, creo que habría que destacar la propuesta de que Jesús Caldera dirija una fundación a modo de un gran espacio de pensamiento permanente. Parece, como ha adelantado el propio Caldera, que se dedicará a analizar la realidad social y así dar respuestas a los problemas globales, como el cambio climático o la desigualdad. También ha señalado el ex ministro que este proyecto va en consonancia con los valores socialdemócratas del último programa electoral.
Y bien hace falta repensar el socialismo. Unido, claro, a radiografiar la realidad y los temas acuciantes, porque una cosa no quita la otra. O van unidas. Porque no es lo mismo analizar esos temas desde una perspectiva socialdemócrata, que, pongamos por caso, neoconservadora. Y, precisamente, una de las evidencias de los últimos años es que los conservadores, en contra de otras épocas, se han preocupado más por la reflexión que la izquierda en general. Ahí está, sin ir más lejos, la Fundación de Análisis y Estudios Sociales (FAES), que dirige el expresidente J. M. Aznar, y que se ha adelantado a esta iniciativa del PSOE.
Pero, como aquel que dice, nunca es tarde si la dicha es buena. Y esperemos que lo sea, porque la socialdemocracia, salvo la famosa Tercera Vía (Anthony Giddens) que propulsó a Tony Blair, va en estos momentos a contrapié. Un grave error, porque nunca hay que olvidar que la derecha es el estado natural. Innato. Por ello Gramsci planteó la necesidad de una cultura socialista. La realidad humana, decía, está arraigada, orgánica y dialécticamente, en el mundo y en la cultura. Precisamente, el problema fundamental de los países llamados de socialismo real fue que existía una formalidad socialista pero no una cultura. También los partidos de izquierdas de este lado del Telón de acero se han ido transformando más en meras maquinarias electorales y agencias de colocación que en trasmisores de ideas. O perdidos en aquel arte de la ilusión revolucionaria, reducido en demasiadas ocasiones a explicar las cosas como el escritor quisiera que fueran y no como realmente son. Mucha izquierda sigue dando más valor al poder político que al señalado progreso de una cultura. Pero el poder político es muy pobre si no se acompaña de una cultura que lo alimente, como bien se han dado cuenta en estas últimas décadas los pensadores de derecha.
Es necesario un renovado pensamiento de izquierdas para que se contraponga a la arenga cultural de la derecha moderna, la cual se está arraigando tanto en las clases altas como en las bajas. Incluso volver al debate económico, porque son los fundamentalistas quienes obvian este asunto para lanzarse a otros más emotivos.
La década de los 80 dio a luz la noción de neoconservadurismo. Nace en EE UU y se difunde posteriormente por Europa. Con este concepto me refiero a un complejo político-intelectual, un paradigma orientador de la acción práctica de las elites políticas. Más que una teoría, es una doctrina. Saben que el poder político es muy pobre si no se acompaña de una cultura que lo alimente. Por eso, el neoconservadurismo se fundamenta para implantarse en la hegemonía cultural. Se presenta como realista y responsable, lo que le inmuniza de toda discusión ideológica.
No hay que confundir el pragmatismo y posibilismo a la hora de las urnas, que debe haberlo, con la necesaria búsqueda ideas y soluciones de izquierdas que traten los grandes retos del mundo, como el derecho a la vida, como el hecho de que, hoy, millones de personas estén amenazados de muerte, por sida, tuberculosos o malaria. La izquierda es ante todo responsabilidad social y crítica constante. Pesada. Despierta. Lúcida. Racional. Solidaria.

(Levante-EMV/27.04.2008)