Congreso del PP: Un debate de oportunistas.

ARTÍCULOS DE OPINIÓN

  • ENRIC SOPENA

    22/06/2008

Cabos sueltos

Ana Mato, nueva vicesecretaria de Organización del PP –se ignora si como consecuencia de su ofensa a los niños y niñas andaluces durante las recientes elecciones generales-, preguntada en El País por si “hay que derogar la ley del matrimonio gay”, responde: “No me lo planteo, porque eso no es lo más importante ahora. Las cosas están como están y hay que ocuparse de otros asuntos, como la crisis económica, que preocupan a los ciudadanos”.

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Hace tres años esa ley sí era “importante”. Tan importante –la familia está en peligro repetían casi al unísono clérigos y populares– que salieron a la calle juntos, en manifestación de protesta, relevantes prelados, como Rouco Varela, por ejemplo, o Cañizares, y no menos relevantes políticos de la derecha, como Acebes, Zaplana, Trillo o Mayor Oreja.

Intenta matizar Mato acogiéndose a que su partido debe “ocuparse de otros asuntos (…) que preocupan a los ciudadanos”. O sea, que según esta versión, las bodas homosexuales preocuparían poco o nada a los “ciudadanos”. Se trata, pues, de otra forma de expresar que, en efecto -y como señalaron todas las encuestas en su momento-, la mayoría de los españoles considera positiva la iniciativa sobre los matrimonios entre personas del mismo sexo.

Ha pasado un trienio y el PP -que envió las bodas gays al Tribunal Constitucional- ha empezado ya a recoger velas, aunque el reconocimiento de esta clase de enlaces, propuesto por una esperancista –la vicepresidenta de la Asamblea de Madrid, Cristina Cifuentes-, fuera denegado en la comisión política del Congreso de Valencia por el 80 por ciento de los votantes. Es tal la ambigüedad de esta derecha y tales sus contradicciones que, mientras tanto, Ana Pastor, veterana marianista, trataba sin éxito de conciliar las posiciones del influyente sector meapilas con las defendidas por el ala más tolerante respecto a tan polémica cuestión.

Frente a los obuses que, contra Rajoy y su equipo, lanzó en el Congreso Aznar, confirmando así, paladinamente, que menosprecia de forma profunda a quien él designó en septiembre de 2003 como su sucesor, éste intentó protegerse agarrado al mástil de los principios. Se desgañita el repudiado sucesor blandiendo los principios y jurando que él no va a cambiar nada que los dañe o los minimice. Recuerda la actitud de Rajoy a los llamados aperturistas durante el tardofranquismo, que sostenían que ellos estaban con el Movimiento comunión y no con el Movimiento organización.

Es decir, que en definitiva todos, unos y otros, estaban a favor del Movimiento Nacional –el partido único de la dictadura- pero unos creían que sus principios eran interpretables, y hasta flexibles, y los más duros proclamaban que eran inmutables, intocables y eternos. Pura fanfarria dialéctica para distracción de ciertas élites. El espíritu del príncipe de Lampedusa, eso sí, perfectamente proyectado: “Es preciso que algo cambie para que todo siga igual”.

Aznar ha reducido los principios de los mártires San Gil y Ortega Lara –para entendernos- a una cuestión de ganar o no ganar. Como quiera que es imposible negar que él llegó a la Moncloa gracias a sus acuerdos con CiU, Coalición Canaria y PNV [el PNV de Arzalluz, precisemos], ayer se sacó de la manga que para pactar antes hay que vencer. Aznar ganó y por eso pactó. Pero esto es un sofisma. No pactó porque ganó, sino que -como ganó por la mínima y por sí mismo no podía gobernar- para gobernar ofreció a los nacionalistas catalanes, canarios y vascos el oro, el moro y el señor de Puerto Rico. Y entonces parecían, Aznar y Arzalluz, novios en plena luna de miel, y con Pujol hablaba en catalán a solas.

Estamos sobre todo ante un baile de disfraces. Hubo un tiempo en el cual Aznar era el paradigma del centrismo y evocaba –aparte de Azaña, García Lorca y Alberti- a Julio Verne maquinando un viaje al centro de la Tierra. Luego le interesó escorarse hacia la derecha extrema para acercarse al emperador de la Casa Blanca, y se olvidó del centro y diabolizó el diálogo con ETA de Zapatero que él había propiciado unos pocos años antes. Lo hizo a través de su heredero, que es Rajoy. Ahora Rajoy quiere ser él quien emule a Verne y Aznar se sube por las paredes y lo considera poco menos que un traidor que quiere asumir la doctrina de sus adversarios.

A mí me parece muy bien que el PP dirija su rumbo hacia el centrismo y la moderación. Mejor así que instalado en la crispación Pero esto es –salvo excepciones- un debate de oportunistas. Obras son amores y no buenas razones. Habrá que ver qué pasa a partir de ahora. El jefe de la crispación de la última legislatura –por delegación de su ex gran jefe- suscita serios recelos. No se puede jugar a todas las cartas a la vez y encima ir de niño bonito. Recomiendo escepticismo. Entre otras cosas, porque Rajoy ha ganado una batalla a los aznaristas pero la guerra no ha terminado. Tiempo al tiempo.

Enric Sopena es director de El Plural

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