LA GENERALITAT VALENCIANA MANTIENE COMO RESPONSABLE DE UNIVERSIDADES A UN HUIDO DE LA JUSTICIA.

2007/07/15 06:30:00 GMT+2

Quod erat demonstrandum

Hay grandes historias de la desmemoria, como las que me sirvieron ayer de tema de reflexión, y hay  pequeñas historias de la desmemoria, que no por pequeñas merecen caer en saco roto, porque también tienen lo suyo.

La pequeña historia que voy a evocar hoy se remonta a 1991.

Estamos en Bilbao. El diario El Mundo lleva un año en los quioscos y va viento en popa. En Euskadi ha tenido una acogida tan positiva que la dirección del periódico ha determinado iniciar por allí sus planes de expansión empresarial. Se ha decidido a lanzar El Mundo del País Vasco. Por todo lo alto: creando una sociedad anónima propia, comprando y remozando el edificio que perteneció a la histórica Gaceta del Norte, en el barrio de Bolueta, junto a las instalaciones de El Correo y Deia, adquiriendo una gran rotativa, contratando un equipo empresarial y una amplia redacción, con sedes en Vizcaya, Guipúzcoa y Álava…

Para poner en marcha la aventura ha pensando en tres personas: dos periodistas y un gerente.

El gerente es Iñaki Aretxabaleta, tan competente en lo profesional como excelente en el trato.

Uno de los periodistas seleccionados es David Barbero, mirandés afincado desde hace tiempo en Euskadi, muy introducido y bien considerado en el mundo periodístico y cultural vasco, trabajador de ETB. Han pensado en él como director de la edición local.

El otro es un personaje oscuro, donostiarra de origen, de trayectoria muy politizada, vinculada a la extrema izquierda. Ha experimentado un ascenso meteórico en el periódico. Entró durante la fase de puesta en marcha del diario en Madrid con contrato de jefe de sección y en menos de un mes ascendió a redactor-jefe. Lo acaban de nombrar subdirector del proyecto. Tiene fama de buen carpintero, que es como en los periódicos se llama a los que se encargan de que las cosas funcionen. Aparte de eso, escribe. A diario. Se llama Javier Ortiz y, como el propio Barbero, no es ya ningún pipiolo: tiene 43 años.

Pedro J. Ramírez ha decidido mandarlo a Euskadi para la puesta en marcha del nuevo proyecto. Él dice que ha ido de «enviado imperial».

Como comprenderéis, con una historia así podría escribirse un libro. Varios, tratándose de un rollista como yo. Pero esto es sólo un Apunte y lo que quiero es contaros apenas una historietita que sucedió en ese momento y en ese ambiente.

Estaba la edición vasca del periódico en sus mismos orígenes, como digo, cuando un amigo de toda la vida me habló de un familiar que quería darme algo. El familiar se me presentó con una ristra de documentos más alta que él y me dijo: «Éstas son las cuentas del Rectorado de la Universidad del País Vasco. Parece papel, pero es pura mierda». Lo expurgué y me quedé de piedra. O de mierda, por el contacto. En efecto, aquello no había por dónde cogerlo. Todo lo que no era corrupción eran corruptelas cutres, con el rector siempre en el centro de la escena.

El rector era el catedrático de Medicina Emilio Barberá, valenciano de origen.

Me puse manos a la obra y empecé a sacar toda aquella basura, por entregas, en El Mundo del País Vasco y, de rebote, en el suplemento Campus, de El Mundo de Madrid. La variedad era infinita. Desde viajes en pandilla a Nueva York en los que se pagaba todo, hasta la adquisición de cámaras de vídeo, con las tarjetas Visa del Rectorado, hasta renovaciones constantes del césped del campus (que, tratándose de Vizcaya, es fácil comprender que se secaba un mes sí y otro también).

El ambiente que había en la Universidad vasca se convirtió, claro está, en puro ambientazo. Muchos estudiantes empezaron a acudir a clase con camisetas en las que se leía: «¡Barberá, dimisión!»

Llevábamos en éstas unos cuantos días cuando una buena mañana recibí un telefonazo en el periódico.

Era Emilio Barberá. El rector empezó a hablarme con mucha desenvoltura. «Joven… Supongo que tendrá usted dificultades económicas…». Le interrumpí al punto, con una sonrisa de oreja a oreja: «Perdone, perdone, que no le oigo bien. Voy a cambiar de teléfono». Avisé de inmediato a Isabel Camacho, compañera de redacción –ahora está en El País–, para que cogiera una extensión de la línea telefónica. Y puse en marcha una grabadora. «A ver, a ver… ¿Me oye ahora mejor?  ¿Sí? Estupendo… ¿Qué me decía?». Lo que Barberá quería decirme era lo previsible: que si deseaba mejorar mi estatus económico-social, lo mejor que podía hacer era llevarme bien con él.

Deduje que creía que yo era algo así como un estudiante en prácticas haciendo sus primeros pinitos periodísticos.

Al día siguiente publiqué la conversación en el periódico.

Tuvimos un encuentro radiofónico en Radio Euskadi. «¡Le voy a demandar!», me gritó. «Hágalo. Le desafío a que lo haga. ¿A que no tiene narices? Nos divertiríamos mucho todos», le respondí.

Se abstuvo, por supuesto.

Poco después tuve una franca conversación con un conocido común, ex alcalde de Bilbao, que compartía con Barberá algunas particularidades que no hace al caso mencionar aquí, pero que eran hermanas. La gestión intermediaria de aquel caballero, realmente amable, tampoco cambió mi determinación, que para entonces ni siquiera dependía ya de mí, porque toda la documentación había sido puesta en manos del Tribunal de Cuentas del País Vasco.

Emilio Barberá acabó dimitiendo de su puesto de rector de la EHU-UPV y salió zingando de Euskadi.

Le seguí el rastro por pura curiosidad hasta que supe que se había afincado en Canadá.

Y ahora viene la cosa que motiva este Apunte. Hace un par de días leí en la prensa local alicantina que Emilio Barberá es en la actualidad… ¡responsable de Universidades de la Comunidad Valenciana! Nombrado por el PP, naturalmente.

¿A qué narices se dedica el Partit Socialista del País Valencià? ¿E Izquierda Unida, y San Pito Pato? ¡Un individuo que tuvo que salir huyendo de la Universidad Vasca perseguido por un reguero de corrupción, encargado de los asuntos universitarios de la Comunidad Valenciana, y nadie dice nada!

Donde se enseñorea la desmemoria, reina la sinvergonzonería.

Quod erat demonstrandum.*

Publicado por Javier Ortiz en su Blog «Apuntes al natural»

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